terça-feira, 21 de julho de 2015

Meditação autêntica

Una comprensión trascendental

La mente puede aceptar o negar que tú seas conciencia, pero en ningún caso lo podrá comprender completamente. La mente no es capaz de entenderlo, no puede dar este salto. Es incapaz de entenderlo intelectualmente. El pensamiento no puede entender lo que está más allá del pensamiento. Por eso lo llamamos comprensión trascendental, revelación trascendental. Nuestra identidad se despierta de la prisión de la separación y se da cuenta de su verdadero estado. Esto, a la vez que sencillo, es extraordinariamente profundo. Algunas personas lo perciben como un rápido vislumbre, casi como un relámpago en el que de pronto se dan cuenta de que son esta conciencia que ha estado mirando desde dentro durante todo este tiempo. Este vislumbre puede desaparecer tan rápido como aparece. O quizá dure algún tiempo. Habrá personas que tal vez reciban este vislumbre y lo mantengan, comprendiendo su naturaleza verdadera indefinidamente. Independientemente de cómo surja, debemos darnos cuenta de que la mente no puede decidir nada al respecto. Se trata de un vislumbre de revelación. Una de las instrucciones más sencillas que puedo dar es que recuerdes que este proceso de eliminación, este proceso de indagación e investigación, realmente tiene lugar del cuello para abajo. Podemos hacernos la pregunta de ¿quién soy?, o ¿qué soy?, o ¿soy este pensamiento?, y esta pregunta se origina en la mente, evidentemente. Pero cuando nos hayamos hecho la pregunta, tendremos que separarnos de la mente. Tenemos que desplazar nuestra atención por debajo del cuello. Contamos con algo muy hermoso llamado cuerpo, y con un sentido cinestésico del ser, y ahí, realmente, es donde tiene lugar la indagación. Un ejemplo es cuando te haces la pregunta «¿qué soy yo?». En primer lugar, la gente se da cuenta de que no lo sabe. En realidad no saben quién o qué es. Así que la mayoría se introduce en su mente para intentar averiguarlo. Pero tu mente sabe, antes que nada, que tú no lo sabes. Esto es una información muy valiosa para la indagación espiritual. «No sé lo que soy. No sé quién soy.» Cuando lo reconozcas, podrás ponerte a pensar en ello o sentirlo. ¿Qué se siente en el ser cuando no sabes lo que eres? ¿Qué ocurre cuando entras en tu interior para descubrir quién eres y no encuentras ninguna entidad llamada «tú»? ¿Cómo sientes ese amplio espacio? Siéntelo en el cuerpo; deja que la sensación se quede grabada en las células de tu ser. Esta es la auténtica indagación espiritual. Esto transforma eso que podría haberse convertido en un mero pensamiento mental abstracto en algo muy visceral, cinestésico y potente a nivel espiritual.


Armonía natural

Como he dicho anteriormente, aunque estemos apartando o extrayendo nuestra identidad del pensamiento, de la sensación y de la personalidad, debemos darnos cuenta de que no se trata de negar estos elementos externos de la experiencia ni de disociarnos de ellos. La indagación no es una práctica basada en la expulsión de nada; es, simplemente, una forma de conseguir que la identidad se despierte del sueño de la separación. Pero aunque se despierte, el cuerpo seguirá ahí. La personalidad seguirá ahí. El ego seguirá contando con una estructura rudimentaria. La diferencia está en que cuando nos hayamos reconocido como conciencia, nuestra identidad podrá empezar a descansar en su esencia. Ya no buscaremos lo que somos en nuestro cuerpo, en nuestra personalidad, en nuestros pensamientos o creencias. Lo que somos descansará en su fuente. Cuando descansemos en nuestra fuente, el cuerpo, la mente, la personalidad y las sensaciones se armonizarán. Al hablar de armonía me refiero a que dejarán de estar divididos. Creo que casi todos los seres humanos reconocen que el ego suele definirse por una cierta división interna; determinadas partes de nuestro ego están en guerra o en conflicto con otras. Queremos ser alguien que realmente no podemos ser. Queremos pensar pensamientos que realmente no podemos pensar. Queremos tener formas que realmente no tenemos. Queremos ser mejores de lo que en realidad somos. Cuando nuestra identidad está atrapada en el ego-personalidad, todos experimentamos estas ideas y sensaciones conflictivas. Misteriosamente, cuando alejamos nuestra identidad del ego-personalidad, este ego-personalidad se armoniza. Estas fuerzas físicas y emocionales dejan de estar en conflicto. Esta armonía posiblemente no surja enseguida de la forma más profunda posible, pero el viaje comienza ahí. Como dejamos de identificarnos con el cuerpo, con la mente y con la personalidad, conseguimos que se armonicen.


La gran inclusión

La indagación la iniciamos descubriendo lo que no somos, pero no termina ahí. Después del sendero de la eliminación viene lo que yo llamo la Gran Inclusión. Al alejar nuestra identidad del pensamiento, de las creencias, de la personalidad y del ego, y al comprobar que existe algo más primario, nuestra identidad empieza a descansar en la conciencia. Tendríamos que impedir que la mente se aferrase a una idea que dijese: «Yo soy conciencia». Aunque esa idea pudiese ser valiosa, sería otra limitación. Identificarse con la conciencia es, evidentemente, mucho más liberador que identificarse con una forma de pensamiento o con un ego o una personalidad. Que todos los demás sean conciencia también resulta muy liberador. Pero deberíamos evitar atascarnos en un nuevo concepto, en una nueva identificación. La «conciencia» no es más que una palabra. También podríamos utilizar la palabra «espíritu». La conciencia (o espíritu) es algo que no tiene forma, ni color, ni género, edad o creencias. Trasciende todas esas cosas. La conciencia o el espíritu no es más que un modo de ser, una sensación vital que trasciende todas nuestras formas. Yo estoy utilizando los conceptos de «conciencia» y «espíritu» con el mismo sentido. Si miras en tu interior te darás cuenta por ti mismo de que la conciencia (o espíritu) no ofrece resistencia alguna al pensamiento. El pensamiento existe, pero la conciencia no se resiste a él. La sensación existe, pero la conciencia no le ofrece resistencia. El ego-personalidad existe, pero la conciencia tampoco le ofrece resistencia. La conciencia no intenta cambiar las cosas; no intenta imponer nada. Empezarás a percibir en tu interior esta presencia de conciencia que no intenta alterar tu humanidad. No pretende alterarte y, lo que es igual de importante, tampoco pretende alterar a los demás. Esta conciencia es totalmente inclusiva. Es un estado del ser en el que todo está bien tal y como está. Paradójicamente, el ego-personalidad necesita aferrarse a este estado de no necesidad para lograr la armonía y la paz. El ego-personalidad necesita estar en permanente contacto directo con una presencia que no pretenda cambiarlo. A un ser humano le resulta sorprendente que su verdadera naturaleza no intente alterar su naturaleza humana. Así la naturaleza humana puede descansar y puede dejar de sentirse separada de su fuente. Comenzamos a sentir la unidad en nuestro interior. Dejamos de sentirnos divididos internamente porque podemos ver, en último término, que no existe ninguna línea de separación entre la conciencia, o espíritu, y nuestro ego-personalidad. En realidad no existe ninguna separación entre los dos. Cuando nos relajamos en la conciencia o espíritu, empezamos a reconocer que eso es lo que somos, que eso es quien somos. Empezamos a ver que todo lo que existe es simplemente una manifestación del espíritu. Todo es una expresión del espíritu, ya sea la silla en la que estés sentado, el suelo sobre el que estés tumbado o los zapatos que lleves puestos. Todo es una expresión del espíritu: los árboles del exterior, el cielo, todo. Igualmente, tanto el cuerpo al que llamas «tú», como la mente, el ego y la personalidad son expresiones del espíritu. Cuando nuestra identificación se queda atrapada en esta variedad de formas, el resultado no es otra cosa que el sufrimiento. Pero cuando nuestra identidad empieza a regresar al hogar de su conciencia, a través de la indagación y de la meditación, entonces todo queda incluido. Empezamos a verlo todo como una manifestación del espíritu, tu humanidad incluida, con sus respectivos puntos fuertes y débiles, y con todas sus extrañas peculiaridades. Te das cuenta de que tu humanidad no está separada en modo alguno de la divinidad de tu interior, que es lo que en realidad eres. Lo denomino la Gran Inclusión porque empezamos a darnos cuenta de que nuestra naturaleza más auténtica incluye la totalidad de nuestra experiencia humana, y que el cuerpo humano, la mente y la personalidad no son más que extensiones del espíritu, que de esta forma se puede mover por el mundo del tiempo y del espacio. El cuerpo-mente humano es eso: una extensión del espíritu en el tiempo y el espacio. Pero hazme el favor de no intentar comprender esto con la mente. En realidad no podrás entenderlo con la mente. Este conocimiento reside en un lugar más profundo, en un sitio más profundo de nuestro interior. Existe algo más que lo entiende, algo más que sabe.


ADYASHANTI. Meditación Auténtica, Gaia Ediciones, Madri, Espanha, 2008.

Texto selecionado pelo irmão Marcelo Curvelo para estudo em Loja realizado em 22.07.15.

"Nenhum Teósofo, do menos instruído ao mais culto, deve pretender a infalibilidade no que possa dizer ou escrever sobre questões ocultas" (Helena P. Blavatsky, DS, I, pg. 208). A esse propósito, o Conselho Mundial da Sociedade Teosófica é incisivo: "Nenhum escritor ou instrutor, a partir de H.P. Blavatsky tem qualquer autoridade para impor seus ensinamentos ou suas opiniões sobre os associados. Cada membro tem igual direito de seguir qualquer escola de pensamento, mas não tem o direito de forçar qualquer outro membro a tal escolha" (Trecho da Resolução aprovada pelo Conselho Geral da Sociedade Teosófica em 23.12.1924 e modificada em 25.12.1996.

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